Hoy en día apenas se habla ya de relaciones de pareja; del amor con mayúsculas, del amor por el otro. Se ha reducido todo a conflictos de pareja, al “fast love” y al amor por uno mismo. El territorio de las relaciones «amorosas» se ha convertido en una situación que hiperanalizar, en la que estar en guardia “por sí acaso”, de la que defenderse y huir al mínimo contratiempo porque: el amor “no duele”.
No se en qué momento se instauró semejante estupidez.
Entiendo que se ha ido desvirtuando la idea de que, obviamente, estar con una persona que nos trate mal es algo nocivo para uno y hemos de procurar alejarnos de esas personas y situaciones. Pero esto es una verdad en todas las relaciones interpersonales que establecemos, no solo en las de pareja. Como si uno no pusiera amor en todo lo demás que hace en su vida y en esas relaciones que se generan en los distintos ámbitos: profesional, social, familiar, personal, lúdico-festivo, etc.
Si bien los vínculos con un compañero de trabajo no van a ser los mismos que con una pareja, estaremos de acuerdo en que, en ningún caso, que sea una relación mas o menos cercana justifica cierto trato.
Ahora bien, de ahí a decir que el amor no duele, hay no un abismo sin mas, sino un abismo abisal.
El amor duele y dolerá toda la vida.
La demonización de los apegos y del ego han generado una serie de desencuentros con la esencia del ser humano: la necesidad del otro para la supervivencia y la vivencia de la separatividad desde el saberse UNO.
Es desde el ego que amamos y está bien. Porque amamos desde uno mismo, desde nuestro yo, desde nosotros, no desde el vecino de al lado como diría mi admirado Odin.
Y es gracias al apego que sobrevivimos a nuestra infancia, que curioseamos el mundo cual “Sherlock Holmes”; que crecemos abrazando al miedo porque nos sabemos seguros gracias a nuestras figuras de apego: nuestros padres, nuestras madres, nuestra familia. Y en la adolescencia las cambiamos por nuestros iguales, nuestras parejas y también está bien. Y luego volvemos y regresamos de nuevo a nuestros padres, nuestras madres y nuestra familia, porque así es el ser humano. Porque todas son importantes en nuestro desarrollo. Todas nos ayudan a abrir los ojos y los brazos al mundo.
Los apegos nos ayudan a diferenciar lo que nos es bueno de lo que no lo es.
Tratar de vivir desde la inexistencia del ego y la liberación radical de los apegos a lo único que nos puede llevar es a la locura más absoluta.
¿Por qué?
Porque desde esa visión, cualquier relación se vuelve “tóxica” a la mínima expresión de “dolor”. En lugar de seres adultos, dueños de sí mismos (¡ojo! dueños de si mismos algo que solamente se puede hacer desde el yo, desde el ego), estas corrientes transforman a las personas en niños alertas, asustados, llenos de dudas, con una MUY baja tolerancia a la frustración y una falta absoluta de recursos para escuchar desde si mismos al ser que AMAN.
Amar a un hijo implica una parte de dolor.
Amar a un amigo implica una parte de dolor.
Amar a una pareja implica una parte de dolor.
Amar una profesión implica una parte de dolor.
Amarse a uno mismo, implica inevitablemente una dosis muy alta de dolor.
Porque AMAR requiere abrazar el miedo a la pérdida.
Porque AMAR implica sacrificio, dedicación y esfuerzo.
Valores que se han desterrado del territorio del AMOR.
Una relación, del tipo que sea, requiere todas estas cosas:
Ser conscientes del EGO o Yo: del YO de uno y del Yo del otro. Aceptar que habrá un apego. Y está bien. Ya que un apego sano nos hará de trampolín para la vida. Saber que existirán momentos de sacrificio que requerirán grandes dosis de paciencia, dedicación y esfuerzo. Tener la certeza que habrá que abrazar y bailar con el miedo. Ese miedo a la pérdida que asocian a los apegos. ¿Y por qué? Porque gracias a ese miedo, no dejaremos de cuidar aquello que amamos. No daremos al otro por sentado. No nos daremos por sentado a nosotros mismos impidiéndonos crecer.
Lo tengo claro: el amor duele y ¡doy las gracias por ello!
Gracias Tania.
Este artículo llega justo en el momento en el que lo necesitaba. Estoy comenzando una relación de pareja después de más de un año curando mis heridas de la anterior, buscando mi supuesto YO perdido. Y, sí, estoy asustada y mucho. Tengo miedo al dolor, tengo miedo de dejarme llevar, o eso creía. En realidad es el miedo de siempre que se pone diferentes disfraces. Es el miedo al cambio, a la pérdida de mi antiguo Yo, miedo a aceptar las transformaciones que generará en mí el permitirme amar.
Ana, muchísimas gracias por tus palabras. Has dado en la clave: «las transformaciones que generará en mí, el permitirme amar». Qué maravillosa reflexión.
Amar, como la vida misma, requiere coraje y de esto amiga mía, tienes fuentes inagotables.
¿Por qué? Porque no te das por sentada, porque trabajas el descubrirte, aceptarte y amarte con todas tus luces y sombras y eso solo hace que reconectarte con tu esencia, la fuente de todo y donde no hay fugas. Ella es la inagotable en realidad.
No hiper analices la relación, solo ¡Vívela!
Permítete el viaje, no te pierdas nada.
Te abrazo fuerte,
Tania
Hola Tania, muchas gracias por este gran artículo con el que no puedo estar más de acuerdo. Sin dolor no hay alivio, son tormenta no hay arco iris, sin sufrimiento no hay fruto espiritual…Tiene que haber un equilibrio, «una de cal y otra de arena».
De ahí el dicho «quien bien te quiere te hará llorar». Para mí es 100% cierto, lo que pasa es con el tema de la «violencia machista» y esas cosas, pues la gente se echa las manos a la cabeza con este tipo de frases, las mal-interpretan y las desechan.
Hay gente que quiere un amor infantil, donde todo es bello, liviano y hermoso, nada duele…Eso está bien para los dibujos animados, pero no es amor verdadero.
Es la inmadurez de decir: «solo está bien cuando es a mi manera». Pero si la vida trae una situación dolorosa que no es a su manera, entonces ya tenemos drama.
Yo creo que percibiendo las cosas desde la conciencia/espíritu, podemos ver que todo obra a favor en realidad, y que lo que a nuestro ego le parece una «maldición», en realidad muchas veces es todo lo contrario. El ego a determinado que el dolor es malo, pero eso es una percepción deformada de la verdad.
Ahora, eso sí: hay amores egoistas, y amores que no lo son…El amor egoista no es amor verdadero, el amor verdadero es aquel que no pide nada a cambio y nace del corazón, de la frecuencia espiritual. Ningún amor que proceda del ego se puede considerar «amor completo» como tal, eso es solo amor inmaduro.
Saludos.