En la actualidad, todavía son muchas las personas que asocian la figura del psicólogo a un profesional cuyo área de trabajo se circunscribe al “trastorno mental” o en términos más coloquiales, a las personas que están locas o que han perdido la cabeza. Palabras como estrés, depresión o trauma, se han incorporado en nuestro lenguaje del día a día pero en la mayoría de los casos, se utilizan indiscriminadamente desvirtuando su significado.
Los psicólogos parecen los malos de la película cuya única función es encontrarte “traumas espeluznantes” y ponerte etiquetas. Y nada más lejos de la realidad, al menos para muchos de nosotros.
Me gustaría que se conociera la psicología como la herramienta maravillosa que es. Una ventana al cambio, un camino para conocerse, dando respuestas a muchas de las cosas que nos suceden a lo largo de la vida y ofreciendo soluciones que, desarrollando nuestro poder interior, nos llevarán a alcanzar la plenitud y la paz.
En definitiva, a sentir con todas las células y SER cada día.
En primer lugar, sería interesante dejar claro el significado de la palabra trauma. Me he dado cuenta que, cuando me presento y digo,
-yo no creo que haya personas enfermas sino personas heridas-
estoy definiendo sin pretenderlo esta palabra que causa tanto temor.
La palabra trauma viene del griego y significa sencillamente herida.
Si te preguntara, ¿alguna vez en tu vida te has sentido herido por las circunstancias de tu entorno o por alguna persona a la que amabas? En realidad, ¿cuántos crees que podríamos decir que no?
Bien, si la respuesta es afirmativa diríamos que en su día sufriste un “trauma”. Así que evidentemente, todos sufrimos muchos traumas a lo largo de nuestra vida, la diferencia estriba en cómo respondamos ante esa experiencia.
Lo que es dañino para una persona puede ser estimulante y retador para otra.
Ya sabemos lo que significa trauma pero después de esa experiencia, “solo nos traumatizamos cuando nuestra capacidad de responder a una amenaza percibida queda restringida en algún sentido.” Cuando sentimos que no tenemos escapatoria. La mayoría de las veces nos han influido experiencias que a ojos de un adulto no serían graves pero que, por ejemplo en la tierna infancia, pueden resultar aterradoras y que, dado los recursos de que disponemos a esa edad, no llegamos a gestionar. Esa experiencia puede dejar una huella que nos condicione en nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con nuestro entorno.
¿Has sentido que el mundo se abría a tus pies?
¿Te has bloqueado a la hora de tomar decisiones?
¿No has sabido decir que no cuando era lo que todo tu cuerpo te gritaba?
¿Has temblado ante la idea de exponer tus opiniones delante de los demás?
¿Has sentido que no valía la pena continuar; qué para que esforzarse si, total, nada iba a cambiar?
¿Vives sintiendo que nada de lo que haces es suficiente? ¿que todavía puedes dar y hacer más?
¿Has sentido (o sientes) qué funcionas por inercia en tu día a día?
Si te sientes identificado con alguna de estas preguntas, la buena noticias es que la psicología te dice que, si bien determinadas experiencias nos pueden influir o condicionar de manera que no podamos vivir con plenitud y fluir con la vida, estas mismas experiencias no nos determinan.
El psicólogo te acompaña en ese camino de autodescubrimiento en el cual tú eres la llave a todas las respuestas.
Para mi, un proceso terapéutico es una operación a corazón abierto en la que mi labor es acompañarte, estando presente plenamente consciente y proporcionarte todo el instrumental necesario para encontrar y sanar las heridas, pero cuyo cirujano eres tú, un ser extraordinario, recuperando las riendas de tu vida.
El primer paso de este proceso
es tomar la decisión de mirar hacia adentro
de abrirse aunque duela
sabiendo que no estás solo
en medio de la parte de oscuridad
que acompaña al viaje interno.
Esa andadura que transformará el hierro de la herida, en luz
Tomándote la mano te susurro
mi corazón irá contigo junto a todos mis sentidos.
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