A medida que crecemos, la navidad va perdiendo ese olor tan característico, que llegaba nítido e intenso a nuestras naricillas. Las sillas vacías que antes ocupaban personas amadas, nos recuerdan que la vida no se detiene por nada, ni por nadie. Que hemos de aprender a seguir en pie, pese a las pérdidas. Y a ser posible, con el ánimo intacto. Con ello

dejamos de escuchar la melodía de “nuestra” vida y nos perdemos en el eco del mundo.

Pero de repente, un día, las luces de las calles recobran su significado. Un pequeñuelo de tres años, te empapa de vida y retornando el olvido al inframundo, recuperas de golpe todos los sentidos.

Y, tras una semana de intenso trabajo y varios trenes, mientras todos duermen, te descubres cubierta de nieve sintética, armando y vistiendo el árbol que compraste hace 5 navidades para él. Porque sabes que le hace ilusión verlo encendido antes de irse a sus “otras” casas.

Y sientes que la herida ha perdido parte de la luz y comienza a sangrar de nuevo. Porque ves un presente doloroso y oscuro para muchos padres e hijos.

Mi padre era un hombre herido. Crecí sin él y hubo oscuridad de la que no me pudo salvar. El dolor continua vivo. Mi hija, que cuenta con casi 21 años, también creció sin su padre cerca. Y todo el amor que ha tenido en su vida, no palía ese vacío. Creo que en las dos se ve reflejada la huella de la ausencia. La mirada se transforma, pierde alguna mota de brillo y se viste de esa tristeza, que algunos confunden con “halo de misterio”.

Porque las madres, por mas que queramos, no podemos suplir con nada el amor paterno. Son vacíos que se instalan en las costillas, bien adentro, anestesiando una parte de ti que nunca mas despierta.

Lo único que podemos hacer es sembrar lo necesario para que,

en algún momento, el reencuentro sea posible.

Después de tanto tiempo sin escribir, hoy quiero hacerlo para dar protagonismo a los grandes cuestionados y relegados: los padres.

Ser testigo durante los últimos años del amor infinito e incondicional de un hombre por su hijo, ha ratificando lo que ya sabia: que un hombre puede amar a sus hijos igual o más que una mujer. Y lo vivido a su lado, despertó en mi la necesidad y la urgencia de alzar la voz para visibilizar a estos hombres y sus hijos porque

esto no va de sexos sino de personas.

Desde mi niña nostálgica y la mujer que soy hoy, observo la paternidad.  Y no hablo desde la subjetividad que me pueda conferir el amor. Discierno.

Aquí no sirve ese “¡Ay! ¡cuánto te quiero!” y después te alejo física y emocionalmente de lo que es importante y necesario para ti. Si, que he escuchado de la boca de progenitoras, porque no las puedo llamar madres.

Como en todo pero aquí mucho mas, cuentan los hechos.

Veo un hombre que se rompió una rodilla hace cuatro años de la que no se opera porque no puede permitirse lo que conlleva, se levanta a las 6 de la mañana todos los días llegando a trabajar 60 horas semanales y que, con todo ello, no ha dejado de ir, ni un día a buscar a su pequeño a la otra punta de la ciudad, 45 minutos para ir y otros tantos para volver, y eso, si no hay atasco, solo porque ese colegio “de momento” le viene mejor a la mamá del niño o porque un juez dictamina que hay que ir donde la mamá se vaya a vivir, por lejos que sea.

Veo un hombre, que por mucho que le duela la vida siempre se despide y le da la bienvenida a su hijo en medio de juegos y bromas para que ría.

Veo un hombre que no se separa de él cada minuto que le permite este “régimen de visitas” que nuestra ley aplica, como si sus hijos estuvieran “gordos de padre”.*

Veo un hombre que pese a las continuas devaluaciones, invenciones y consecuente mal trato que le da la madre de su hijo, jamás le habla al niño mal de ella. Jamás.

Veo muchas cosas cada día pero sobre todo, una.

Veo un hombre que AMA.

Y esto me ha llevado a investigar y descubrir a un sin fin de padres a quienes se les ha secuestrado la vida. Segando con ello, la alegría y la inocencia de sus hijos.

Transformando hogares en casas, donde solo hay impotencia, ira y lágrimas.

En muchos casos silenciados, termina quedando solo vacío, abuelos sin hijos y nietos, huérfanos

Creo que solo, abrazando nuestras diferencias, desmontando y rompiendo ideologías homicidas, podemos salir de esta situación devastadora para la sociedad.

Deseo para este nuevo año que comienza, leyes que protejan realmente a la sociedad y no se limiten a generar guerra entre los sexos, para obtener más poder.

Somos hombres y mujeres, JUNTOS los que generamos la vida y con ello poblamos la tierra y evolucionamos como especie.

No somos nada los unos sin los otros.

Nuestros hijos e hijas necesitan la base de seguridad que les proporciona la integración de lo femenino y lo masculino, transmitidos, sea de la tendencia sexual que sea, dentro de los roles que cada uno adopta en la pareja.

Vivimos tiempos estridentes y difíciles pero con conciencia, generosidad y amor, todo es posible.

Os abrazo, de corazón a corazón.

 

A mi padre, Nelson.

*Manual del Síndrome de Alienación Parental.