“Pero no accederás a ninguna de esas verdades, sentado en el campo, sonriendo beatíficamente, evitando tu ira, tu daño, tu pesar. Tu ira, tu daño y tu pesar son el camino para llegar a la verdad. No tendremos muchas verdades que expresar si no nos decidimos a entrar en aquellas habitaciones y armarios, aquellos bosques y abismos en los que se nos había dicho que no entráramos. Una vez que hayamos entrado allí, simplemente respirar y asumirlo. Solo entonces estaremos en condiciones de hablar con nuestra propia voz y permanecer en el momento presente.

Y ese momento es como estar en el hogar.”

Anne Lamott (1994)

 

Cuando terminé la licenciatura de psicología, tuve la gran suerte de tener muy claras mis prioridades dentro del nuevo sendero de vida que había elegido. Quería AYUDAR, así con mayúsculas. Y para ello, comencé a buscar aquellas herramientas que proporcionaran el mayor alivio a mis “maestros emocionales”. Un alivio que además pudieran experimentar en el menor tiempo posible.

Mi buen amigo, David Pozo, experto en eneagrama y morfopsicología, lo atribuiría a mi naturaleza 2 y esa necesidad de conectar con el otro a través de la “ayuda”. Y como siempre, tiene razón, existe una “parte mía” 2 que guiaba mi conducta pero, como casi en cada situación de la vida, en este caso, no era el “todo” de mi ser. Saber lo que es sentirse asustada, incomprendida, no ayudada, estancada, autómata y como no, loca, en muchísimas ocasiones a lo largo de mi vida y querer evitar a otros en su proceso, la soledad tan profunda que se experimenta cuando no se ve fin a la noche oscura del alma, fue realmente el gran “motor” en ese periplo.

Y como tengo una parte muy “cabezota”, otra muy “persistente” y otra “llena de fe”, las encontré. Herramientas maravillosas que trabajan profundamente, que borran “mágicamente” el dolor “aligerando” con ello, las alforjas de nuestra experiencia vital. Instrumentos que, por fortuna, cada vez están mas generalizados consiguiendo con ello ayudar a un mayor número de personas.

Pero como todo tiene su yin y su yang, este tipo de terapias también habrían de contener su dosis de “peligro”.

Las personas olvidamos que la ciencia entre otras cosas se alimenta de la duda, de no dar nada por sentado y cuestionar. Ésta es la razón por la que continuamos creciendo como especie, aunque muchos descubrimientos nos lleven a involucionar en otros niveles. Y, como observadora de la vida, una parte de mi, comenzó a dudar:

¿Las terapias de Alta Eficacia pueden resultar “demasiado” efectivas siendo con ello, a la vez, ineficaces a la hora de alcanzar el objetivo vital?

Me “enchufé” a mi esencia, al Yo* que contiene la Calma y la Claridad; que es altamente Curioso y Compasivo; que desborda Confianza y Coraje y que está impregnado de la Creatividad de Afrodita siendo el único vehículo para Conectar con los otros, y desde ahí, me observé y observé a los demás.

Comencé a ver todas las partes que se despiertan en las personas que interactúan en un proceso terapéutico así como en la vida misma. A modo de ejemplo de este maravilloso universo aparecen personajes como “la jueza, la verdugo, la víctima, la controladora, la “loca”, la niña, la adolescente, la responsable, la sabionda, la sabia, la seductora, la miedosa, y un sin fin de personalidades mas con nombre e historia propias. Con funciones específicas pero con una sola intención: ayudarnos a “sobrevivir”.

Estas subpersonalidades o partes, nos han traído hasta aquí. Son universales y eternas. Y habremos de convivir con ellas, toda la vida.

Trabajar el trauma sin desarrollar previamente una base de seguridad en la persona, es como construir un rascacielos sin una buena cimentación. El acero de esa base que nos asegurará contra las tempestades y los seísmos, se encuentra en la esencia de la persona, en su YO auténtico. Descubrir, conocer y aceptar cada una de esas partes, nos acercará a ese ejercicio que parece tan difícil: «Amarse a uno mismo.»

Amor, bien amarse

Por esta razón, el trabajo de neuroprocesamiento o la aplicación terapéutica (que no evaluativa) de la kinesiología  no puede ser la primera vía. Hay personas que han oído hablar de estas técnicas e incluso han trabajado con ellas y entienden que el proceso es siempre igual: “Vienen a consulta, nos metemos a trabajar las situaciones y listo”.  Y es lo que, a pesar de tus reticencias, en alguna ocasión, te «exigen». A veces somos los terapeutas quienes hemos caído en esto, olvidando con ello que dentro de nuestra labor acompañando a ese Ser maravilloso y valiente que viene a consulta, la prioridad es que consiga dejar de mirar para aprender a VERSE. Y para ello, aceptar los ritmos, la idiosincracia de cada uno, es imprescindible.

Por mucho que nos pese a los que deseamos rapidez en los procesos, para aliviar el sufrimiento y que la persona camine sola lo antes posible, no hay atajos.  Yo misma, tuve que observar detenidamente mi propio proceso y ejercitar mucho la compasión (que no condescendencia) hacia mi «pandilla interna», para verlo y aceptarlo con humildad.

Por eso, lo que nunca me cansaré de repetir en consulta y a quien quiera escucharme fuera de ella es, que si bien este camino es duro, oscuro y nada fácil sin COMPASIÓN, el objetivo final es imposible.

Eso si, podemos aprovisionarnos bien para el viaje, con una gran mochila de utensilios de los que ayudarnos, buenos alimentos y agua cristalina para asegurarnos, antes o después, llegar a nuestro destino.

Por eso, la primera fase de todo trabajo que realices, ha de ser la de abrirte hacia dentro y conocer el universo que guardas, con el que estás realmente en conflicto. Tras ello reconciliar las galaxias que en ti habitan y poder dejar de ser una espectadora de la vida, para ser TÚ, auténtica, presente y protagonista de todos y cada uno de tus días.

 

En próximos post:

«Abrazando las galaxias de mi Universo.» 

«Descubriendo mi Esencia»