Qué sucede cuando tu apariencia, no solo es normal, sino “maravillosa”; cuando todo en ti muestra equilibrio, fuerza, decisión incluso belleza.

Qué sucede cuando tus limitaciones son de puertas para adentro y solo las puedes experimentar en tu piel.

Qué sucede si, por mas que haces, cuando crees que has conseguido derrotar a la bestia, ésta regresa y si cabe, con más fuerza.

Qué sucede cuando te levantaste de la última embestida de la vida con tantos huesos rotos, que tu caminar ya no es liviano, sino renqueante y lento; cuando no te quedan fuerzas, ni alegrías suficientes para compensar tanto vacío acumulado en las tripas.

Sabéis que no me gusta hablar en términos de enfermedad, sino de heridas del alma que nos dejan temblando para la vida. Heridas que en algunos casos son muy claras y para las cuales, la sociedad está concienciada, pero que en otras ocasiones, son invisibles a los ojos de la mayoría y por supuesto, del sistema.

Y para aderezar lo ya complicado que es lidiar con lo invisible, tenemos a las corrientes que afirman que “si estamos mal, es porque no nos esforzamos lo suficiente”, que «como despiertes la luz que hay en ti, no habrá quien te pare” y sandeces similares.

 

Hoy quiero revindicar el espacio para las personas que habitan en ese silencio tan ruidoso

donde la soledad es aguda,

donde la tristeza seca empapa el aire volviéndolo todo opaco.

Ese lugar desde donde no hay forma de abrazar la vida.

Personas que viven sus días con la certeza chirriante de que el tiempo se les escapa.

¿Sabes como se sienten la mayoría? Igual que cuando en una pesadilla gritas y apenas te sale un hilo de voz; como cuando tratas de defenderte y tus golpes no tienen fuerza; como cuando huyes y por más que corras, no avanzas.

A ellas le digo, que se permitan estar hartas, llorar su vacío mientras se acarician el alma. Que alcen la voz para revindicar su espacio en esta sociedad. Que cuenten cómo les duele la vida y que, si viene alguien a decirles que tienen suerte de estar vivos y que son únicos, se permitan mandarles a hacer puñetas.

Porque sé, que no están así, ni hacen o dejan de hacer ciertas cosas porque quieren, sino porque no pueden hacerlo de otra manera.

Y mientras sienten su vida en descuento, borrosa, olvidada, soy testigo de cómo no dejan de sonreír la mayor parte del tiempo cuando la gente les mira, cómo no dejan de tender no una mano, sino el cuerpo entero aun cuando apenas se sostienen. Soy testigo de su infierno, lo vivo con ellos, conozco esa melodía de vida y por eso, reivindico desde aquí, que les dejen tranquilos. Que no quieren ni necesitan ser los primeros, ni los más ricos, ni más exitosos sobre todo en los términos que determina esta sociedad. Que solo quieren que, sin juzgarles ni encasillarles, les dejen tranquilos recorrer su camino. Sea el que sea.

A ti, que te duele la vida,

RESPIRA

porque esto, todavía no ha terminado.

Queda mucho por recorrer y vivir.

Y desde mi propia herida te digo que otra vida es posible,

pero no la que te vendan en los cursos de milagros,

sino la que tu pasito a paso, a tu ritmo, quieras construir.©