A la mayoría de las personas, una de las cosas que más les aterra dentro de un proceso terapéutico es “lo que pueda salir”. Temen encontrarse con facetas de sí mismos que les horroricen o con experiencias bloqueadas que han de ser monstruosas para poder dar una explicación de peso a lo que les sucede; a todos esos síntomas que les impiden sentirse realizados y plenos en su vida. Aunque quizá, lo que más miedo pueda dar es la sensación de que quizá, tienen una “tara” irreversible y están condenados durante su existencia, a vagar sufriendo y haciendo sufrir.
Las leyendas, mitos o cuentos son reconocidos por sus implicaciones terapéuticas. Hoy en día esto se amplifica con los medios audiovisuales que, al llegar a un gran público, consiguen que sean más personas las que, además de disfrutar de un rato de entretenimiento, se beneficien de las “bondades” que tienen las historias a la hora de ayudarnos a hacer algunos “clicks” necesarios para avanzar.
En consulta suelen aparecer, de manera espontánea, ejemplos que te hacen pensar que estamos enchufados a algo más allá de lo entendible por la mente humana, porque si quisieras encontrarlos conscientemente, la mayoría de las veces no llegarían. Y es un regalo, porque además de hacer divertida la sesión, consiguen lo más importante, que ésta sea útil.
Sin creatividad, la terapia se convierte en un terreno yermo
en el que no puede crecer nada.
Son varios los ejemplos que os citaré, pero hoy elijo una de las leyendas más conocidas y utilizada como recurso terapéutico, eso si, con un enfoque diferente al que la que suscribe le dio: la famosa y temida “caja de Pandora”.
Casi todos somos conscientes o intuimos que somos portadores, a nuestra manera, de una caja de Pandora particular. Anticipamos lo que guarda y tenemos miedo a abrirla. Porque, dentro de las diferentes versiones del mito,
¿qué reza la leyenda?
Esa temible caja contenía todos los males capaces de contaminar el mundo de desgracias. Pero a su vez, algo siempre pasado por alto: también albergaba todos los bienes, uno de los cuales era la Esperanza, la única que Pandora consiguió retener en el habitáculo.
Pero en el ejemplo de hoy, no me voy a ir por esos lares. Cuando dices en consulta que es necesario abrir la caja de Pandora la contestación suele ser una negativa de inicio. Y entonces pregunto:
¿Por qué?
¿Qué puede suceder si abrimos esa caja?
E invariablemente te contestan: porque su contenido es capaz de destruir el mundo, ¿no? Por qué no se qué me voy a encontrar ni cómo me va a dejar ese descubrimiento. Porque tengo miedo a que me desestabilice mas.
Y ahí es cuando algún muso se aparece y formula la pregunta por ti.
¿Y si el mundo que “destruye” es precisamente aquel que quieres cambiar, aquel en el que no quieres vivir, aquel que te asfixia? Ese mundo lleno de oscuridad, donde la luz ya apenas hace acto de presencia. ¿No sería algo maravilloso transformarlo en otra cosa? ¿No estamos aquí por eso?
Hemos de recordar y tener presente que cuando Pandora abre la caja, primero salen las sombras de manera abrupta, sorpresiva y su efecto es impactante, doloroso, lacerante pero la historia no queda ahí. Dentro de la caja todavía queda mucho y bueno.
Una vez que hemos vaciado de nuestro propio habitáculo las sombras podemos ver con claridad nuestra luz. Observar nuestra propia oscuridad desde esa posición, nos da la ventaja necesaria para ganar cada una de las batallas que la vida nos presente.
El desconocimiento de uno mismo por miedo a adentrarse en nuestro universo, por pánico a abrir nuestra caja de Pandora, solo nos mantiene en la ignorancia “segura” que nos aleja, diariamente, de ese destino de paz y plenitud que todos anhelamos. Nuestra sombra sólo es posible si nuestra luz está presente, pues sin ella todo sería oscuridad. Integrar nuestros males es engrandecernos, la parte «buena» es tan pequeña como la parte «mala» pero las dos integradas, nos hace grandes y poderosos
No somos cajas estancas. Estamos vivos y todo lo que contenemos nos afecta “para lo bueno y para lo malo”. La única manera de viajar ligeros de equipaje y con las riendas de nuestro vehículo es abrirnos a nuestro universo.
Os prometo que, con ese simple movimiento, el miedo se diluye y comienzan a suceder cosas extraordinarias y maravillosas.
Y bien, ¿abrimos la caja de Pandora?
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