Esta es una semana dura para muchas familias en España. No por el recordatorio que supone de las personas queridas cuyas vidas se extinguieron entre vagones deshechos, porque ellas siempre están presentes. Como tampoco olvidan todos aquellos que quedaron mutilados física y emocionalmente y que han de vivir con sus heridas abiertas ante la falta de respuestas y la carencia de recursos. Sangrando el dolor porque el sistema no pone a su alcance, medidas eficaces para disminuir su sufrimiento y conseguir con ello, poder llegar a ver y sentir la vida con colores amables.

Es una semana dura porque la vergüenza de la que carece la casta política española, no deja de salpicar cada uno de los telediarios y programas con tertulianos. En unos casos por la falta de verdad, en otros porque se cuentan verdades que llevaron a muchos a los tribunales sin ser culpables.

Para las víctimas, el tiempo no pasa. Para los que no sufrieron lesiones, pero fueron testigos, tampoco la vida se volvió a ver nunca igual.

Las situaciones bélicas, los atentados terroristas religiosos y/o políticos, siembran el terror, la incredulidad, la impotencia, la indefensión, el dolor y la desesperanza.

En los escenarios que producen estas situaciones, el ser humano responde neurofisiológicamente ante las amenazas. No todos lo hacemos por igual. El sistema de cada uno elegirá lo que entienda sea más adaptativo para él, por lo que podremos encontrarnos con repuestas de “lucha”, “evitativas” o de “congelamiento”.

Las dos primeras van a suponer un alto estrés para el sistema al encontrarse siempre “activado”. El congelamiento lleva a la persona a vivir disociada de su cuerpo y por tanto, de la experiencia vital en sí misma. Esta persona, siente que todo le es ajeno y que camina por inercia en su día a día.

En todo caso, las tres, producen un desgaste del ser, una caída del sistema inmune, una acidificación del cuerpo, una falta de reparación durante el sueño entre otras muchas cosas, que deja a la persona vulnerable al desarrollo de enfermedades crónicas.

El trastorno de estrés postraumático (TEP) se encuentra en la base de muchos diagnósticos médicos, tanto psiquiátricos como de enfermedades mas “físicas” desde la separación cuerpo mente, que realiza nuestro sistema de salud actual.

Recordaré siempre como, tras el incidente del tren de Galicia, uno de mis grandes maestros propuso al gobierno instruir a los sanitarios que atenderían esa emergencia con las herramientas de última generación que, por difícil que parezca, consiguen arrancarnos el dolor y ofrecernos la posibilidad de una nueva vida tras la tragedia. Y que aplicadas “in situ” disminuyen la probabilidad de traumatización.

Recordaré siempre como no le escucharon.

No interesa que las personas sanen rápidamente.

No es “rentable”.

Y la mayoría de los profesionales sanitarios, incluidos muchos psicólogos, desconoce que, tratar de hacer hablar a una persona traumatizada, cuya área de broca (la zona del cerebro que se encarga de la producción del lenguaje) se encuentra bloqueada, lleva a la retraumatización y cronificación de su estado.

Desde aquí quiero reivindicar el derecho que tenemos a ser atendidos por profesionales formados con técnicas de alta eficacia derivadas de la Neurociencia que, a diferencia de lo que promulgan, SI se encuentran respaldadas por amplia investigación científica.

En esta semana de dolor, duelo con vosotr@s, os abrazo fuerte y os digo:

hay esperanza.

 

«Amor» by Lorenzo Quinn