La cultura en la que vivimos desde hace unos años del ¡Tú puedes! ¡Es fácil! ¡Solo tienes que querer! genera malestar, frustración en la mayoría de la población y en un gran número de personas, pérdida de la valía persona y del sentido de la vida creando en última instancia, profundas heridas en el alma.

En las charlas motivacionales que han proliferado como si estuviéramos en EEUU, tanto en situ como en youtube, escuchamos como autoproclamados gurús, te invitan a dejar, de un día para otro y sin ninguna red de seguridad, la vida que conoces para perseguir tus sueños. Para ello, se ponen como ejemplo de superación y éxito a través de su experiencia y “aparente” crecimiento e “iluminación”.

Y, ¿qué sucede? Tras el subidón inicial, las personas descubren que no es tan fácil, que quieren pero no pueden. La creencia que generan es “Si todo es tan fácil, si solo hay que querer, entonces el problema soy yo. Hay algo malo en mi”. Y comienza el camino de la autodesvalorización y la autodestrucción del Yo.

Cada vez somos mas exigentes con respecto a nuestros logros. Se genera un sesgo: “observo solo lo que me “falta” para llegar. Lo mucho que tardo. Lo poco efectivo que soy”.

Nos olvidamos de todo lo que SI hemos conseguido. De la piel que nos hemos dejado en el camino. Seguimos arrancándonosla con el látigo del verdugo que habita en nosotros. Verdugo que alimenta los sentimientos de desesperanza, que nos victimiza.

Esto favorece la aparición de todo tipo de psicopatologías desde depresiones y trastornos de ansiedad hasta dependencias de diversos tipos.

Tolstoi nos invita a reflexionar. ¿Dónde se encuentra el cambio? ¿En que momento exacto? ¿Somos conscientes de nuestro crecimiento real, de nuestro esfuerzo?

Somos poseedores de un gran poder. Eso es bien cierto. Pero como decía el tío de Spiderman, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad», y por ello, no se pude alegremente incitar a los demás a hacer nada para lo que no estén preparados. Solamente podemos asumir la responsabilidad de aprender como podamos, a amarnos y amar a los demás a tal punto, de respetar lo que cada uno necesite, quiera y pueda hacer en cada momento.

Y como terapeutas, callar y escuchar, escuchar y escuchar,

desde el corazón, poniendo el alma en cada gesto. 

No importa lo mucho que corras, que avances. Importa lo consciente que seas de tu compromiso con tu sanación. El ritmo, se va marcando solo, desde las heridas de cada uno. Desde la mano que permitimos nos guíe cuando es necesario. Desde la voz calidad que nos abraza en la caída. Desde las piernas que nos hacen caminar sobre las aguas*. Desde la voz que nos habla y nos muestra el universo que somos.

No corras. No te pierdas tu amanecer.

Tania, desde un Madrid lluvioso y hermoso a reventar.

 

*el agua, es el símbolo universal de las emociones. Se encuentra como metáfora a través de ciertos mitos, como por ejemplo, cuando decían que Jesucristo caminó sobre las aguas, porque era capaz de elevarse por encima de la naturaleza emocional humana y caminar desde su esencia.