La enseñanza que deja huella

no es la que se hace de cabeza a cabeza,

sino de corazón a corazón.

Howard G. Hendricks

Hace unos meses al dejarte en la parada del bus junto a tu sobrina, mi hija, mientras os alejabais te descubrí tan pequeña a su lado, la mitad de la mitad de lo que solías ser, envejecida como si hubieras vivido mil vidas, tus ojos siempre tristes aun cuando ríes.

Cuando ya no me veíais rompí a llorar, con ese llanto desgarrado que hacia tanto tiempo no me permitía.

Pensé que tenía que hacer algo, como siempre, que algo debería poder hacer….

En nuestra casa las cosas nunca fueron fáciles. No se si fue esa la razón de que todo se desintegrara. Es como si hubiera un gran velo que lo cubre todo y solo deja pasar imágenes sueltas, olores que a veces vienen de nuevo cuando menos lo espero.

 No recuerdo nuestra infancia, cuando trato de pensar en ello solo veo las fotos que mamá nos sacaba a todas horas. Tu de pequeña delgadita con el pelo corto, tu con ocho nueve años redondita y con una sonrisa ausente. Lo que recuerdo bien son las etiquetas que nos puso la familia a cada una. Yo era la perfecta, la alta y guapa, 90/60/90, la madura, la inteligente, la fuerte, tú la tímida, la gordita, la “lenta” en la escuela, la débil y todo el mundo se encargaba de repetirlo continuamente. Una carga muy grande que cada una llevó a su manera.

 Tampoco recuerdo las risas.

Es como si alguien hubiese bajado el volumen en algún punto y todo se hubiese quedado en silencio. A veces siento en mi garganta ese grito ahogado.

 Cuando a día de hoy vuelvo a casa, todavía siento ese olor penetrante, ácido, que a veces descubro en otras casas, en otros cuerpos que no conozco.

Mientras escribo estas líneas descubro que durante todo este tiempo era mi cuerpo quien soportaba la memoria de todo lo que vivimos. Y a medida que quería recordar me tenía que ir parando porque me daba la sensación de que me iba a romper.

Me asaltan imágenes sueltas como flashes

… el día que entré al baño y estabas arrodillada en la bañera lavándote la cabeza y tuve que salir corriendo a causa de una gran arcada que me invadió. No era de asco no, era una mezcla de impresión y dolor al verte allí, solo eras huesos, no quedaba nada de ti, de mi hermana pequeña.

Como siempre te escondías tras esa ropa grande, no sabía cual era la realidad hasta que ese día me golpeo en la boca del estómago. No quería que me vieras llorar y como tantas veces volví a tragar las lágrimas…

 …las llamadas desde urgencias cuando te habías tomado la caja entera de prozac o porque habías perdido todo el potasio y tú corazón había fallado en mitad de la calle…

 …la sirenas y ambulancias al llegar a casa…

 …las veces que ingresaste en las que nos dijeron que si no remontabas no llegarías a la mañana siguiente…

 Apenas tenias 17 años…

Y en ese proceso, como una película acelerada, veo el rostro de mama cubriéndose de arrugas, envejeció 10 años en menos de uno.

Después aprendiste trucos nuevos y parecía que estabas mejor pero solo era una tapadera.

 Y comienzo a temblar otra vez porque vienen imágenes nuevas

 … aquella tarde cuando llegué a casa y mamá había puesto cerraduras en todas las puertas de la cocina… pero no sirvió de nada… fuiste capaz de saltar por la ventana de la galería, entrar, devorar todo lo que había y volver a salir… cómo, cómo podías hacerlo si parecía que en cualquier momento te fueras a romper…

 … aquel día que te seguí al baño porque sabía lo que habías ido a hacer y ya no pude contenerme más, una patada de pura rabia e incomprensión derribo la puerta y allí estabas, de rodillas junto al inodoro… a día de hoy continuo siendo incapaz de recordar que pasó después.

Yo también viví en aquella casa, yo también sufrí y lo gestioné a mi manera y por eso no entiendo como después de verte a ti así, durante un periodo de tiempo que no se definir por qué se inició ni cuando, comencé no ver las cosas con claridad, a envidiar tu autocontrol, tu fuerza de voluntad, pasé a odiarte y paradójicamente, también a imitarte. No recuerdo cuanto duró, solo sé que fui muy afortunada ante el hecho que ser incapaz de vomitar ya que poco a poco me alejé de ese trastorno.

 Aunque los médicos ya estaban allí para ponerme otra etiqueta sin preocuparse de averiguar cual era el origen de todo.

 Nunca sentí que nadie nos ayudara realmente a mama y a mí a entenderte por un lado y después, a saber que hacer con todas las emociones que sentíamos. Todo iba en una sola dirección, ayudarte primero a ti, segundo a ti y tercero, a ti! Llegó un momento que cerré las compuertas y dejé de sentir. Dejó de importarme….

 Que gran mentira…

 Mi cuerpo continúa reaccionado cuando vuelvo a nuestra casa, cuando te veo, cuando comemos juntas. Cuando veo que mi hija come mucho o come poco.

Ahora soy consciente de hacia donde volqué ese dolor, esa rabia, esa incomprensión. Mi cuerpo es un lienzo del carrusel que no ha dejado de girar desde hace veinte años. Cada grito que ahogué, cada lagrima que tragué continúan oprimiendo mis articulaciones, mi estómago, mi cabeza,…

 Pero no me rindo, continuo pensando que algo puedo hacer. Para ti, para mí…

Y por qué no, para ayudar a otros que hayan subido a esa noria que tú y yo conocemos bien.