Yo soy el niño de Uganda, todo piel, todo huesos,

mis piernas delgadas como cañas de bambú,

y soy el traficante de armas que vende armas mortales a Uganda.

Yo soy la niña de 12 años,

refugiada en un bote pequeño que se arroja al mar

tras ser violada por un pirata de mar,

y yo soy el pirata de mar,

y mi corazón no es capaz de ver ni de amar…:

Por favor, llamadnos por nuestros auténticos nombres

de modo que yo pueda despertar

y la puerta de mi corazón pueda permanecer abierta,

la puerta de la compasión.

Thich Nhat Hanh (1992)

 

Como ya hemos dicho en anteriores ocasiones, visitar la consulta de una psicóloga, incluso una menos “rara” que yo :), no ha de estar motivado por una psicopatología o “enfermedad mental”. De hecho, no encontrar el sentido de nuestra vida, la falta de desarrollo personal y de unos objetivos vitales claros, son los que precisamente, nos pueden llevar a que nos pongan una etiqueta diagnóstica, como pueda ser la “ansiedad” o la “depresión” porque lleguemos a desarrollarlas por una falta de “autogestión” derivada de la falta de “autoconocimiento”.

En el blog he hablado varias veces de la compasión como el camino para sanar el alma y con ello despertar de verdad y conectar con la experiencia real y maravillosa de estar vivos.

Cuando pregunto en consulta el significado de la «compasión», el cien por cien de las personas no lo conoce. Se suele confundir con la lástima o la empatía. Y no pasa nada. Yo misma, tampoco lo sabía. Pero gracias a que lo tuve que aprender, ejercitar y continuar aplicando en mi propio proceso, puedo contaros ahora qué es y cuáles son las diferencias para que podamos entender la importancia de abrirnos e impregnarnos de ella.

Cuando sentimos “lástima” por alguien que sufre, en realidad sentimos pena por el otro y a la vez, hay una parte nuestra que se alegra de no ser una, esa persona que está sufriendo. Una parte nuestra estará ocupada en racionalizar el por qué, nosotros nunca hubiéramos llegado a esa situación. La “lástima”, nos lleva a realizar un distanciamiento protector del dolor de la persona impregnado muchas veces de cierta condescendencia. La lástima se siente al “separarnos” emocionalmente de la persona que sufre.

Cuando sentimos “empatía”, al ver sufrir a una persona, como tenemos cierto grado de conciencia de nosotros mismos, esa parte que es igual al otro y de la que somos conscientes, nos hace identificarnos y experimentar su dolor. El sistema especular también hará su trabajo aquí. 😉 La “empatía” puede despertar la necesidad de ayudar al otro para aliviar nuestro propio dolor, nuestras propias heridas. Y tiene dos posibles direcciones: puede hacer que nos volquemos demasiado en esa persona o bien al contrario, que nos alejemos por no poder soportar el dolor.

En la “compasión” a pesar de sentir empatía, al observar el dolor del otro, no vamos a convertirnos en “salvadores” ni “sanadores”, vamos a tratar de hacer todo lo posible por acompañarle para que descubra su valor y el aprendizaje encriptado en su sufrimiento. Cuando sentimos “compasión”, podemos estar presentes de corazón con el sufrimiento de la persona sin sentir la necesidad de cambiarla o distanciarnos de ella.

Más resumido y sencillo:

la “compasión” es la “observación amorosa” de la experiencia del otro, sin acciones. Solo desde el estar presente, acompañando sin juicios, ni creencias preestablecidas,

Y cuando esto lo trasladamos a nuestro propio proceso de reconexión con nuestra esencia, conexión que se nos “cortocircuitó” en la infancia, el único sendero para SER pasa necesariamente por la observación amorosa de NUESTRA experiencia.  

Respira, medita, llénate así de Calma;

despierta la Curiosidad para iniciar el viaje donde comenzar a ejercitar esta

observación amorosa llamada Compasión

y desde ella, comenzar a aceptarte con todos tus YO.